martes, 3 de agosto de 2010

Perdidas.

Ella llegó simulando una sonrisa, aguantando para que las lágrimas no fueran derramadas en ese momento. La otra llegó sin casi poder lograrlo, en su cara se notaba. Se sentaron como siempre, en la fila del medio, en los mismos diminutos bancos que habían dejado vacíos tres semanas atrás.
Ella comenzó a hablar, tratando de crear un ánimo inexistente, tratando de llenar ese vacío casi existencial que reinaba en el abismo que separaba sus dos pupitres.
Ella hablaba y hablaba. Notó que algo había cambiado. Sin pensar preguntó lo que no debía preguntar. La otra bajó la cabeza, apretando el mentón contra su pecho, en el que ahora sólo había un gran agujero. Sus mechones cubrieron las lágrimas y le contestó con cierto tono de ironía. Ella no supo qué hacer ni qué decir. No eran amigas, pero por una extraña razón que ignoraba sintió una gran necesidad de abrazarla, de llorar con ella, de decirle que todo estaría bien, de ofrecerle ayuda. Pero no pudo. Se limitó a apoyar su mano en el brazo de la otra y a no mirarla.
Pasó media hora, treinta minutos eternos. La otra pronunció la palabra “alcohol”, ella dijo “no”. Quería decirle que estaba pasando por algo parecido, que se podían ayudar, que ella podía escucharla. Pero no era nadie. Ella sabía que debía callar. No podía evitar lo inevitable. Ella también tenía sus propios problemas después de todo, no podía cargar con los ajenos.
Pasó una hora más y escucharon el timbre. Hasta ese entonces sólo habían dicho lo imprescindible, habían trabajado, juntas, en silencio.
Salieron del edificio hacia la imperiosa oscuridad de la noche. Un viento frío casi las derriba. Una miserable lluvia las empapó. No se saludaron ni se miraron cuando se separaron. Ella se fue más triste de lo que había llegado, cada vez deseando más ser su amiga, y odiando esa sensibilidad natural que tenía que llevar consigo como si fuera una mochila. La otra se fue con el dolor revuelto, con las huellas del pasado más presentes que nunca, aborreciéndola, preguntándose el por qué de su entrometimiento, y el por qué de su propia huida.

4 comentarios:

SantitAh dijo...

Hey Tori!
No entendí mucho!
Qué le pasó?

Tori dijo...

Queda a criterio de cada uno Anto:)

Pablo dijo...

La otra pronunció la palabra “alcohol”, Pablo dijo "Por supuesto que le entro" Ja, ja, ja, ja.

Tori dijo...

Aja aj aja aj, pancho, borracho, drogui drogui y san juanino:)